lunes, 12 de septiembre de 2011

A mover el esqueleto

El sábado salí con unas amigas, fuimos a bailar. Hacía tiempo que no íbamos de parranda por ahí a “mover el esqueleto”.
Es duro, pero hay que asumirlo. Lo que se dice “mover”, nos movimos, de eso no hay dudas. Lo que debería reformular es la frase en sí. A saber: movimos las cachas, sacudimos los colgajos de los brazos, bamboleamos la grasa abdominal, zarandeamos los músculos sin tonificar; pero ahora, lo que se dice mover el esqueleto, la estructura ósea propiamente dicha, eso sí que no sucedió. Más bien, yo parecía tener el cuerpo enyesado, atado al piso o amurado a la pared.
Siempre fui muy patadura para el baile, pero la humillación que fue verme en el video que grabó una amiga en el boliche, fue condenatoria. ¡Me costó reconocerme! ¡Estaba igualita mi tía Pocha en el casamiento de mi prima!
Tengo una imagen puntual que no me deja dormir y se repite una y otra vez en mi mente. Mi cabeza moviéndose hacia adelante y hacia atrás, como siguiendo una coreografía egipcio-tutancamónica y mi papada inflándose y desinflándose según la presión que ejercía mi mentón sobre el cuello… ¡Tengo la misma papada de la tía Pocha!
Ahora, me pregunto, si me veía tan mal, en una simple filmación de baja calidad de un celular pedorro, no me imagino lo que será mi imagen en HD o peor aun, en cámara lenta. Sin lugar a dudas, soy, la versión humana de un trozo de gelatina pegado a un plato que oscila de un lado al otro sin ritmo ni gracia.

12 de septiembre de 2011 – Diario de Maria Pena, mujer de esqueleto rígido y carnes blandas.

Aprovecho esta oportunidad, para declarar públicamente mi repudio a los videitos caseros. (Todavía no sé cuántos años de terapia necesitaré para superar semejante pesadilla)

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