Y sí. No hacer nada cansa. Cansa más, no hacer nada que hacer algo. El domingo me levanté a las 11:30. Estuve un rato en la compu, recalenté unas porciones de pizza que me habían sobrado del sábado y me las comí mientras miraba un rato de tele. Terminé mi almuerzo y no pude evitar volver a la cama. Estaba agotada. Lo que suponía sería una siestita reparadora de domingo, terminó siendo un profundo sueño de cuatro largas horas de siesta dominguera. Cuando me levanté era un zombi. No sabía ni cómo me llamaba. Desorientación temporal. Confusión existencial. Desconcierto total. Estaba desubicada en tiempo y espacio. Sentía que me había pasado un camión por encima. Estaba completamente destruida. Lo peor de todo era el dolor de cuello. Se ve que como me desplomé de sueño, no tuve tiempo de acomodarme correctamente en la cama y me dormí con el almohadón grande debajo del cuello. Estaba destruida, me sentía cansada, dolorida y culpable. Sí. Culpable por haber desperdiciado otro domingo más sin que nada interesante pasara...
¿Dónde quedaron mis ganas de vivir?
En la dorada juventud.
¿Dónde quedó aquella frase de la película La Sociedad de los Poetas Muertos “Carpe diem”?
Ni idea.
Pero como amo las asociaciones libres, cierro este texto con una bonita reflexión digna de una pensadora contemporánea sexualmente inactiva como yo.
El término latín Carpe viene del vocablo sexual Carpita. En mi caso, hace meses que no veo una. Por otro lado, la palabra diem combinada con la imagen de una sabrosa carpita un domingo a la tarde, me lleva a una última conclusión. Que alguien me diem pronto porque entre mi deterioro físico y mi estado larvático profundo, o me hago monja, o fundo la Sociedad de las Pocholas Muertas.
26 de septiembre de 2011 – Diario de Maria PENE, digo Pena. Perdón, es que ando con la idea FIFA, digo fija.
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