Ayer no me podía dormir. Me enganché mirando una película. Desde la adolescencia que no veía una de terror. Estaba desvelada. Y un poco pasada de vuelta también. No encontraba posición en la cama y el sueño no venía. Entonces prendí la tele. Error. Ya no me pude dormir más. Comencé a pasar los canales. No encontraba nada bueno para ver, hasta que, en uno de esos canales de películas, vi la típica escena de 8 jóvenes en una laguna, quitándose la ropa y sumergiéndose en aguas cristalinas entre risas y caricias. Di por sentado que estaba frente a una película de terror. Y así fue. Jóvenes que se pierden, desperfectos en los vehículos, rutas desiertas, casas deshabitadas, sonidos extraños, nadie en la gasolinera y la noche que se avecina…
Más que asustarme, me cagué de la risa. Era una estupidez detrás de la otra. Todas las situaciones eran increíblemente absurdas.
Por ejemplo:
· Una poderosa luz estallaba a través de las rendijas de puertas cerradas de la mansión donde decidieron pasar la noche anunciando el peligro. Mi conclusión fue que entre asesinato y asesinato, los actores de reparto tenían una changuita. Un kiosquito de fotocopias. Sacaban copias detrás de la escenografía. ¡Esa luz no tenía nada que ver ahí! Además, con un sueldo de extra en una película de cuarta, no le alcanza a nadie para vivir, eso es obvio.
· La cantidad de cuchillos que había en esa casa era impresionante. ¡Tenedores, no se vio ninguno!
· La morada donde se refugiaron estaba deshabitada hacía más de 100 años según las leyendas del lugar, pero el asesino encendió la sierra eléctrica de un solo tirón. ¡Estaba aceitada, con combustible y en perfectas condiciones!
· Cualquier mínimo tajito o corte que sufrían los protagonistas, la sangre saltaba como expulsada a chorro por una pistolita de agua. ¡Infaltable este aparatito para guerras de agua por su largo alcance!
Terminó la película y me dolía la panza de lo que me había reído. Me quedé saboreando un rico gusto a bizarro y ridiculez atómica por un ratito antes de apagar la tele. Apoyé la cara en la almohada y cerré los ojos. Había logrado despejar mi cabeza. Seguramente ahora sí iba a poder dormir. En eso, empecé a escuchar unos ruidos raros que venían de la cocina. “Tranquila, es simple sugestión” me dije, pero no pude volver a cerrar los ojos. Los tenía abiertos como dos huevos fritos. Me dieron ganas de hacer pis. Ni en pedo me levantaba para ir al baño. Me metí debajo de la colcha. Pasé de la risa y la burla al ridículo, a estar re cagada de miedo, sola en una casa, llena de ruidos amenazantes en plena oscuridad. Estaba aterrada. Tanteé con una mano la mesita de luz y agarré el celular. Me lo puse debajo de la almohada por si tenía que hacer una llamada de emergencia y me volví a esconder debajo de las sábanas. Por suerte, ahí me sentía protegida. (Como si las frazadas de la cama fueran de manta blindada, o un escondite a prueba de criminales asesinos, o, simplemente, me protegieran de un posible ataque con cuchillos a manos de un demente esquizofrénico).
12 de agosto de 2011 – Diario de Maria Pena, para la próxima, avisen si vienen a matarme en medio de la noche, así estoy depilada y con un lindo conjuntito de encaje. Una nunca sabe en qué momento el amor llamará a su puerta…
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