Si de incompatibilidad se trata, tengo que reconocer, que soy mandada a hacer.
Mi último novio era deportista. Bueno, más bien, mi última ex pareja era un ex deportista. De chico jugaba al fútbol en Platense y era bastante bueno. Llegó a jugar en Primera B, pero después de los 25 años se retiró para dedicarse a terminar la facultad. Lo que nunca pudo abandonar, eso sí, fue su obsesión por el físico, por verse bien, marcadito y musculoso. Y esta historia mucho tiene que ver con esto.
Es fácil hablar con el diario del lunes, ya sé. Pero, ¿qué se le va a hacer? Hoy, después de más de seis meses que nos separamos, tengo el panorama más claro. Antes, no entendía nada. La verdad de por qué nuestra pareja no funcionó es más que obvia. Éramos, sencillamente, incompatibles.
Comenzando por un simple detalle físico. Yo siempre fui más bien, rellenita. Flaca nunca fui. Gorda, lo que se dice “gorrrrrrrda”, tampoco. En realidad, gorda estoy ahora, pero mientras estuve con él estaba bien. Por otro lado, jamás me gustaron los deportes, ni ir al gimnasio y la devoción por el físico perfecto. Él, sin embargo, era todo lo contrario a mí. Siempre fue muy flaquito, desde chico. En su etapa como deportista profesional siempre estuvo en forma. Cuando lo conocí, iba cuatro veces por semana al gimnasio. La verdad, debo admitir, que apenas empezamos a salir, estaba bárbaro. Ya no jugaba en primera B, pero conservaba sus glúteos marcados, lindas piernas y abdomen chato, el típico físico de un buen deportista.
Hoy me parece inentendible nuestra relación. Yo no soy de esas mujeres a las que las seduce el físico de un hombre. Es más, siempre salí con gorditos más bien inteligentes, ocurrentes y simpáticos. Me seduce más el intelecto que los músculos. Me pregunto ¿qué hacía yo con él? Creo que jamás nadie lo entenderá, pero, dejo este comentario aparte y sigo con el relato.
Al poco tiempo de estar juntos, él se mudó al departamento que yo alquilaba. Se vino conmigo porque hasta ese momento él vivía con su abuela. Comentario al margen, era el típico pelotudo inmaduro de más de treinta que todavía no se había independizado. Un inconfundible pendejo. Y esto da pie para citar, una razón más para considerarnos opuestos. ¡Yo vivía sola desde los dieciocho años!
¡Tantas incongruencias y disparidad me distraen! Pero voy a continuar con la historia. Acostumbrado a la comida casera y muy sana de su santa abuela que lo atendía como a un rey, de repente el muchacho se encontró conmigo, que no cocino ni un huevo frito. No salgo de los fideos con tuco, arroz con verduras y no me pidan más. Obviamente, él no sabía hacer nada tampoco, así que pedíamos a la rotisería de la vuelta del departamento. También éramos habitué de todas las casas de comidas rápidas de la zona. Conocían a la perfección nuestros gustos. Es más, casi puedo asegurar que teníamos un menú fijo semanal. Mediodía, tarde y noche era siempre la misma rutina gastronómica. Pizza, cerveza, empanadas, vino y pastas. Además, él había conseguido un ascenso en el trabajo y estaba haciendo doble turno. Esto le impedía ir al gimnasio y, como siempre fue una persona de buen comer, a los pocos meses ya había engordado más de 15 kilos. El típico caso del sedentarismo y los excesivos carbohidratos.
Pero hasta acá, todo venía bien. El problema fue cuando nos fuimos de vacaciones ese verano. En el auto íbamos yo, él y sus quince kilos a cuestas. En realidad no los llevaba a cuestas, los tenía todos en la barriga. La famosa y nunca bien ponderada pancita cervecera.
Mi ex siempre había sido un chico muy top. Veraneaba en Punta del Este, Pinamar o el norte de Brasil con amigos. Yo era lo opuesto. Mis abuelos tenían casa en la Costa Atlántica e íbamos en familia a Santa Teresita todos los años.
Como ambos teníamos pocos días de vacaciones y habíamos planificado ir al sur en el invierno, él aceptó la idea de compartir la casa de la costa con mi hermano y unos amigos de él. La casa era bastante grande y además, había un departamento para alquilar atrás, así que nosotros podíamos conservar nuestra intimidad.
Fuimos en su auto. Salimos el 1 de diciembre después de almorzar con su familia. Mi hermano ya estaba ahí. Había viajado hacía un par de días con sus amigos en micro. Nosotros llegamos de noche, tarde, porque el tráfico era insoportable. Él tenía un humor de perros. La casa de adelante, estaba cerrada. Seguramente mi hermano había salido, así que nos fuimos directamente al departamento a dormir para levantarnos temprano al otro día y así aprovechar la jornada. A las nueve ya estábamos arriba. En la casa de adelante, nada. No se escuchaba ni un ruido. Golpeamos pero no salió nadie. Entonces, nos fuimos a la playa, los dos, solos. Él seguía de mal humor. Decidimos quedarnos al mediodía a comer unos sándwiches a orillas del mar debajo de la sombrilla. A mi ex no le gustaba mover el auto estando de vacaciones. Sostenía que manejar lo fastidiaba así que nos debíamos mover lo justo y necesario en el vehículo, preferiblemente, hacer todo caminando y descansar lo máximo que se pudiera.
A las cuatro de la tarde dio señales de vida mi hermanito. Había leído el mensaje que le pasamos por debajo de la puerta y nos había venido a buscar a la playa. Apareció, con una sonrisa de oreja a oreja y una rubia de un lado y una morocha del otro, ambas luciendo milimétricas bikinis. Esas eran sus “amigos”.
Saludar a esos felinos en celo me causó repulsión. Ni siquiera me dieron un beso. ¡Me apoyaron la mejilla con una sonrisita falsa y como oliendo mierda! Yo estaba indignada. ¡Mi hermano estaba con dos mujeres de vacaciones en la casa de mis abuelos! ¡Qué asco! En eso, miré a mi novio, como buscando encontrar en su mirada un gesto cómplice que demostrara el desagrado que le producía saber que mi hermanito, un Don Juan, se estaba enfiestando con dos gatos al mismo tiempo. Pero no. Por el contrario, lo que vi en sus ojos fue un brillo extraño. Su postura había cambiado inmediatamente. Se acomodó el flequillo, se arregló la malla y metió panza. Empezó a reírse, hasta incluso hizo chistes y humoradas. Su estado de ánimo había cambiado rotundamente.
Pasamos 7 días inolvidables. Nos movimos de acá para allá en el auto. El coche de mi ex fue utilizado como remise oficial del grupo. Él se había transformado en el ser humano más servicial del mundo entero. Siempre dispuesto a llevar a las chicas a donde le dijeran. Además estaba obsesionado por su presencia y se bañaba dos veces al día. ¡Hasta se compró un perfume importado! Lo curioso y a la vez decadente era verlo meterse al mar oliendo a Dolce&Gabbana…
Por último, me queda el remate. La frutilla del postre. Lo que más disfruté de esa semana compartiendo veinticuatro horas de mi vida con mi hermanito mujeriego, dos trolas on fire y mi ex novio súper motivado por la presencia de “las bombachita veloz”. El muy pelotudo de mi ex estuvo de acá para allá intentando agradarles. Jamás pudo relajarse. Además de oficiar del “chico de los mandados” estuvo en pose todo el día, todos los días. Tenso. Claro, tenía una enorme zapán que le sobresalía producto de la buena vida. Como no la podía ocultar con nada, el pobre infeliz estuvo una semana entera contrayendo el abdomen y conteniendo la respiración. Ni siquiera la más dura de las pretemporadas en Platense pudo compararse con el trabajo de abdominales que hizo el muy boludo… ¡Los mantenía en continua tensión cada vez que uno de los felinos en micro bikini se le acercaba! ¡Hasta en un momento temí por su vida! Tenía miedo que de tanto contener la respiración se olvidara de exhalar…
17 de agosto de 2011 – Diario de Maria Pena. Incompatibles éramos, ¡gracias a Dios!
Mi último novio era deportista. Bueno, más bien, mi última ex pareja era un ex deportista. De chico jugaba al fútbol en Platense y era bastante bueno. Llegó a jugar en Primera B, pero después de los 25 años se retiró para dedicarse a terminar la facultad. Lo que nunca pudo abandonar, eso sí, fue su obsesión por el físico, por verse bien, marcadito y musculoso. Y esta historia mucho tiene que ver con esto.
Es fácil hablar con el diario del lunes, ya sé. Pero, ¿qué se le va a hacer? Hoy, después de más de seis meses que nos separamos, tengo el panorama más claro. Antes, no entendía nada. La verdad de por qué nuestra pareja no funcionó es más que obvia. Éramos, sencillamente, incompatibles.
Comenzando por un simple detalle físico. Yo siempre fui más bien, rellenita. Flaca nunca fui. Gorda, lo que se dice “gorrrrrrrda”, tampoco. En realidad, gorda estoy ahora, pero mientras estuve con él estaba bien. Por otro lado, jamás me gustaron los deportes, ni ir al gimnasio y la devoción por el físico perfecto. Él, sin embargo, era todo lo contrario a mí. Siempre fue muy flaquito, desde chico. En su etapa como deportista profesional siempre estuvo en forma. Cuando lo conocí, iba cuatro veces por semana al gimnasio. La verdad, debo admitir, que apenas empezamos a salir, estaba bárbaro. Ya no jugaba en primera B, pero conservaba sus glúteos marcados, lindas piernas y abdomen chato, el típico físico de un buen deportista.
Hoy me parece inentendible nuestra relación. Yo no soy de esas mujeres a las que las seduce el físico de un hombre. Es más, siempre salí con gorditos más bien inteligentes, ocurrentes y simpáticos. Me seduce más el intelecto que los músculos. Me pregunto ¿qué hacía yo con él? Creo que jamás nadie lo entenderá, pero, dejo este comentario aparte y sigo con el relato.
Al poco tiempo de estar juntos, él se mudó al departamento que yo alquilaba. Se vino conmigo porque hasta ese momento él vivía con su abuela. Comentario al margen, era el típico pelotudo inmaduro de más de treinta que todavía no se había independizado. Un inconfundible pendejo. Y esto da pie para citar, una razón más para considerarnos opuestos. ¡Yo vivía sola desde los dieciocho años!
¡Tantas incongruencias y disparidad me distraen! Pero voy a continuar con la historia. Acostumbrado a la comida casera y muy sana de su santa abuela que lo atendía como a un rey, de repente el muchacho se encontró conmigo, que no cocino ni un huevo frito. No salgo de los fideos con tuco, arroz con verduras y no me pidan más. Obviamente, él no sabía hacer nada tampoco, así que pedíamos a la rotisería de la vuelta del departamento. También éramos habitué de todas las casas de comidas rápidas de la zona. Conocían a la perfección nuestros gustos. Es más, casi puedo asegurar que teníamos un menú fijo semanal. Mediodía, tarde y noche era siempre la misma rutina gastronómica. Pizza, cerveza, empanadas, vino y pastas. Además, él había conseguido un ascenso en el trabajo y estaba haciendo doble turno. Esto le impedía ir al gimnasio y, como siempre fue una persona de buen comer, a los pocos meses ya había engordado más de 15 kilos. El típico caso del sedentarismo y los excesivos carbohidratos.
Pero hasta acá, todo venía bien. El problema fue cuando nos fuimos de vacaciones ese verano. En el auto íbamos yo, él y sus quince kilos a cuestas. En realidad no los llevaba a cuestas, los tenía todos en la barriga. La famosa y nunca bien ponderada pancita cervecera.
Mi ex siempre había sido un chico muy top. Veraneaba en Punta del Este, Pinamar o el norte de Brasil con amigos. Yo era lo opuesto. Mis abuelos tenían casa en la Costa Atlántica e íbamos en familia a Santa Teresita todos los años.
Como ambos teníamos pocos días de vacaciones y habíamos planificado ir al sur en el invierno, él aceptó la idea de compartir la casa de la costa con mi hermano y unos amigos de él. La casa era bastante grande y además, había un departamento para alquilar atrás, así que nosotros podíamos conservar nuestra intimidad.
Fuimos en su auto. Salimos el 1 de diciembre después de almorzar con su familia. Mi hermano ya estaba ahí. Había viajado hacía un par de días con sus amigos en micro. Nosotros llegamos de noche, tarde, porque el tráfico era insoportable. Él tenía un humor de perros. La casa de adelante, estaba cerrada. Seguramente mi hermano había salido, así que nos fuimos directamente al departamento a dormir para levantarnos temprano al otro día y así aprovechar la jornada. A las nueve ya estábamos arriba. En la casa de adelante, nada. No se escuchaba ni un ruido. Golpeamos pero no salió nadie. Entonces, nos fuimos a la playa, los dos, solos. Él seguía de mal humor. Decidimos quedarnos al mediodía a comer unos sándwiches a orillas del mar debajo de la sombrilla. A mi ex no le gustaba mover el auto estando de vacaciones. Sostenía que manejar lo fastidiaba así que nos debíamos mover lo justo y necesario en el vehículo, preferiblemente, hacer todo caminando y descansar lo máximo que se pudiera.
A las cuatro de la tarde dio señales de vida mi hermanito. Había leído el mensaje que le pasamos por debajo de la puerta y nos había venido a buscar a la playa. Apareció, con una sonrisa de oreja a oreja y una rubia de un lado y una morocha del otro, ambas luciendo milimétricas bikinis. Esas eran sus “amigos”.
- ¡Hola María! ¿Viajaron bien? Ayer no estábamos en casa cuando ustedes llegaron a la noche. Nos habíamos ido a Pinamar en colectivo a disfrutar de la noche allá. Volvimos hoy porque sabíamos que venían ustedes. Se las presento. Ella es Paulita y ella Marian. Chicas, ella es mi hermana Maria y él es mi cuñado.
Pasamos 7 días inolvidables. Nos movimos de acá para allá en el auto. El coche de mi ex fue utilizado como remise oficial del grupo. Él se había transformado en el ser humano más servicial del mundo entero. Siempre dispuesto a llevar a las chicas a donde le dijeran. Además estaba obsesionado por su presencia y se bañaba dos veces al día. ¡Hasta se compró un perfume importado! Lo curioso y a la vez decadente era verlo meterse al mar oliendo a Dolce&Gabbana…
Por último, me queda el remate. La frutilla del postre. Lo que más disfruté de esa semana compartiendo veinticuatro horas de mi vida con mi hermanito mujeriego, dos trolas on fire y mi ex novio súper motivado por la presencia de “las bombachita veloz”. El muy pelotudo de mi ex estuvo de acá para allá intentando agradarles. Jamás pudo relajarse. Además de oficiar del “chico de los mandados” estuvo en pose todo el día, todos los días. Tenso. Claro, tenía una enorme zapán que le sobresalía producto de la buena vida. Como no la podía ocultar con nada, el pobre infeliz estuvo una semana entera contrayendo el abdomen y conteniendo la respiración. Ni siquiera la más dura de las pretemporadas en Platense pudo compararse con el trabajo de abdominales que hizo el muy boludo… ¡Los mantenía en continua tensión cada vez que uno de los felinos en micro bikini se le acercaba! ¡Hasta en un momento temí por su vida! Tenía miedo que de tanto contener la respiración se olvidara de exhalar…
17 de agosto de 2011 – Diario de Maria Pena. Incompatibles éramos, ¡gracias a Dios!
Da para decir esa vieja frase cliché de los "opuestos se atraen", pero no pienso decirla.
ResponderEliminarEso nada más.
me hizo reir mucho porque los hombres suelen adoptar el modo complaciente al estar cerca de mujeres bonitas y más aun si éstán ligeras de ropa o ropa apretada... si en aquel momento una de ellas le pide la luna seguramente buscarán una escalera al instante... porque así se mueve el mundo, pero los pelotudos son ELLOS, no las chicas. Empezando por tu hermano que se creyó un dandy y seguro les pagó tooodo a las pibas y segundo tu ex novio que no paró de imaginar una fiesta sexual con las dos desde el instante que dijeron "hola"........no entiendo esto: tener buen físico significa ser felino?? jajaja... más autoestima querida! más autoestima y no tanta envidia porque sale por las letras.
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