jueves, 11 de agosto de 2011

¿Qué hago acá?

Varias veces me pasó, encontrarme en una situación y no entender qué era lo que estaba haciendo allí, o qué era lo que me había llevado hasta ese lugar, cómo continuar, o simplemente, por qué no tenía el valor de ponerle un punto final.
El secreto está en cambiar el tiempo verbal de la pregunta “¿Qué hago yo acá?” por “¿Qué hacía yo ahí?” La solución siempre está en el tiempo. Tomar distancia permite ver más claramente, aunque no siempre se encuentren respuestas, pero sí tal vez, algunas explicaciones. Los apegos, las ilusiones, las oportunidades, las creencias y las costumbres son ataduras en nuestras manos y pies, son vendas en nuestros ojos, son un trozo de cinta en nuestra boca. Nos impiden movernos, cambiar de rumbo, ver, o sencillamente decir “BASTA”. Cuando uno cree profundamente en los sueños, es difícil reconocer que esa palabra es una opción, una posibilidad. Porque el camino es siempre hacia adelante. Porque hay que encontrarle la vuelta. Porque hay que adaptarse y reinventarse. Porque jamás se debe bajar los brazos. Entonces, es allí, cuando una noche uno se pregunta “¿Cómo llegué hasta acá? ¿Cómo pude permitir que todo esto sucediera?”
Creo en los finales felices. Y esa es mi impronta. Me dirijo hacia ellos sin importar las consecuencias porque los creo posibles, y no sólo en los cuentos. Porque al visualizarlos les imprimo credibilidad. El hecho de que sean creíbles los hace posibles. Por otro lado, es inevitable llegar a ese punto de desconcierto, a esa sensación de vacío y desorientación después de haberlo dejado todo, simplemente por creer en ello. Soy así. No concibo otra forma de hacerlo que no sea a través de la entrega y la pasión. Creer en los finales felices es firmar un contrato con la vulnerabilidad. Y no creo que el ser vulnerable sea algo negativo, por el contrario, es sinónimo de permeabilidad.  Ser permeable es animarse a vivir intensamente, a sufrir, a vibrar, a ser feliz… Ser permeables es absorber la vida.
Ayer a la noche, por primera vez, cambié el tiempo verbal de mi pregunta. El “¿Cómo llegué hasta este lugar?” fue reemplazado por “¿Cómo pude alguna vez estar ahí?”. Sentí que el paso del tiempo había empezado a cerrar las heridas. Porque hay una diferencia muy grande entre ambas preguntas. La primera, se formula desde la confusión y la necesidad de encontrar una respuesta que te permita seguir. Entender qué es lo que está sucediendo cuando lo que pasa nos desborda, es prácticamente imposible. La segunda pregunta, la que nos ubica en un presente, mirando hacia atrás, está enunciada desde otros cimientos. Ya no hay sensación de inestabilidad ni falta de direccionalidad para continuar. Preguntarme hoy “¿qué hacía yo allí?” nada tiene que ver con un reproche ni con una necesidad de encontrar culpables. Simplemente, me permite indagar en aquello que me ocurrió para comprender mejor quién soy yo ahora, qué he aprendido de ello y con qué nuevas herramientas puedo continuar…
11 de agosto de 2011 – Diario de Maria Pena, mujer permeable.

2 comentarios:

  1. La verdad debo decir que me encantó este post, aplausos de pie. Me llegó, mucho.

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  2. No es que los finales felices no existan... ¡¡es que hay que joderse para poder construir uno!! y además, no lo puede hacer una sola, es un trabajo de equipo. Y la entrega y la pasión tienen que ser de dos vías.

    Pero ¿sabes qué? estoy hablando disparates. El peor problema es que puedan ser "felices". Así, entre comillas.

    Que decimos "¿pero cómo es posible que se desmoronara como un castillo de arena una relación TAAAAAAAAAAAAAAAAAAANNNNNN buena? Y luego enterarnos que esta relación taaaaaaaaaaaaannnn... etc, etc sólo existía en nuestra cabeza, en MI cabeza.

    Que el incumbente nunca me quiso, siempre estuvo harto y no veía la hora de escaparse...

    Que me pasé estos años engañándome. Que vivía con inseguridad. Que la relación era buena solo en sus términos.... que estar con él me atrasa, me disminuye, me deprime y me cierra otras puertas. Y que este hijo de la gran puta no está y nunca va a estar listo para mí.

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