El término burocracia viene del francés " bureaucratie", y este de bureau, oficina, escritorio, y -cratie, -cracia: gobierno. "El gobierno de las normas y organización explícitas" En un sentido original, que se traslada al uso común, burocracia se asocia a ineficiencia, pereza y derroche de medios.
Todo comenzó esta mañana cuando tuve que ir al banco a comprar un sellado. Un simple sellado de diez pesos. Un trámite que puede llevar, como mucho, cinco minutos, si se incluye el saludo de bienvenida y despedida al cajero que te atendió y el tiempo que uno invierte en volver a guardar la billetera en la cartera. Una operación aparentemente sencilla.
Por lo general, intento evitar hacer trámites. Simplemente, les tengo alergia, fobia. Los odio. Rechazo profundamente perder tiempo. Sin embargo, hoy tuve que apersonarme en una entidad bancaria contra mi voluntad. No me quedaba otra. Pedí autorización en el trabajo para entrar más tarde porque necesitaba comprar ese bendito sellado. A las diez en punto estaba en la puerta del banco. Tenía más o menos cuarenta personas adelante. Me lo tomé con calma, porque a pesar de que me pone muy nerviosa perder tiempo haciendo colas, recién tenía que entrar a laburar a la doce, así que me puse los auriculares y me abstraje del mundo por un rato.
El tema es que, el tiempo pasaba y la cola no avanzaba. A las once, aun tenía treinta personas delante. Once y cuarto apagué la música, empezaba a ponerme nerviosa. Once y veinte comencé a mover los dedos de las manos en ese gesto típico de impaciencia, como si estuviera tocando el piano. Once y veinticinco escucho que el señor que estaba detrás de mí, comienza con ese discurso típico argentino:
- Esto en Suiza no pasa. En Suiza, el horario de atención al público en los bancos es de ocho horas… Este país es una vergüenza… Estamos haciendo la cola hace más de una hora y media y tenemos para una hora más por lo menos. ¡Qué país, por Dios!
Lo miré mientras hablaba y después bajé la cabeza. Yo también estaba fastidiosa pero no emití opinión. La reacción de mi entorno fue completamente diferente. Se generó un revuelo importante. El pasillo se llenó de acotaciones sobre lo vergonzoso que era tenernos esperando allí y la falta de respeto que eso suponía para los clientes. En eso, otro hombre, tomó la palabra y, proyectando la voz hacia los mostradores del banco, gritó:
- Ya falta poco para las doce. ¿Por qué no nos traen algo para ir picando? Total, hasta la una del mediodía seguro no nos vamos de acá…
Ahí recién caí. Tomé conciencia de que si me quedaba allí hasta que me atendieran, llegaría tarde al trabajo. Maldije internamente al sistema burocrático, al sellado de diez pesos, a los trámites en general y a los que toman como ejemplo lo que sucede en otros países del mundo para quejarse del propio, pero no hacen nada para que la sociedad mejore. Odié profundamente haber perdido el tiempo intentando hacer ese simple trámite fallido, pero como suelo refugiarme en el humor para canalizar mis broncas, se me ocurrió una idea para antes de irme.
Apreté la cartera contra mi cuerpo, como quien ha decidido abandonar un lugar, di media vuelta encarando hacia la salida y dirigiéndome a mis compañeros de cola, comencé con mi discurso de despedida. Siempre que las situaciones me sobrepasan suelo apelar a la ironía y el humor para descomprimir y desdramatizar la situación:
- Queridos compañeros de la fila del banco. Colegas de la espera. Camaradas del tiempo perdido. Me veo en la obligación de abandonar mi lugar en la hilera. Pero me voy, dejándoles algo que espero sepan atesorar para siempre en sus corazones. Les regalo TIEMPO DE VIDA. Tiempo para que disfruten junto a sus hijos, a su pareja, a sus nietos. Tiempo libre para contemplar el cielo o, hasta incluso, para viajar a Suiza. Me voy, y cuando lleguen al cajero y terminen con su trámite, quince minutos antes de lo esperado, no olviden cerrar sus ojos y recordar a esta humilde mujer que hoy se retira antes y les obsequia quince minutos menos en esta agobiante espera… Sin otro particular, me despido atentamente.
El hombre de atrás me miraba desorientado hasta que, tímidamente comenzó a reírse y contagió a varios de los que estaban a nuestro alrededor. Sentí que había logrado mi cometido: descontracturar un poco la situación con una pequeña cuota de humor.
En eso, de atrás de la cola se escucha un estrepitoso “¡BRAVO! ¡BRAVÍSIMO!” y una señora de unos sesenta y cinco años, muy emocionada me abraza con lágrimas en los ojos.
- Me conmoviste querida. Gracias. – agregó mientras me tomaba fuertemente de las manos pidiendo a viva voz un aplauso para la “señorita” o sea, para mí.
Se escucharon por allí algunos golpes de palmas timoratos, pero los de la señora, esos sí que aturdían y resonaban. Desbordada de emoción, la mujer agregó:
- ¡Políticos así necesitamos en la Argentina! ¿Usted es candidata por algún partido?
26 de junio de 2011 – Diario de Maria Pena, conclusiones del día de hoy: por un lado, mi odio por hacer trámites se acrecentó. Por el otro, después de hacerme la graciosa, una persona desconocida me propuso como ejemplo de la política argentina…
¿Será que la mujer no entendió mi humor o que hacer política es un chiste?
Dedicado a todas las víctimas de la burocracia que estuvieron durante más de una hora haciendo la cola conmigo.
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