Me dan pena los trogloditas mala leche, aunque “troglodita” sea una de mis palabras favoritas. “TRO-GLO-DI-TA”. ¡Qué lindo suena! ¿No? Disfruto profundamente al decir esta palabra, mientras su exquisita sonoridad retumba entre mis labios. Ahora bien, de lo que jamás podré disfrutar, es del sonido que producen los trogloditas malintencionados. Es decir, de sus palabras y su discurso, que por lo general, es retrógrado y autoritario, además de destructivo.
Cada uno piensa lo que puede, no lo que quiere. Lo interesante es determinar desde dónde el otro habla a la hora de emitir su opinión o hacer un juicio de valor. Estamos donde la vida nos puso y tenemos una visión del mundo acorde al paisaje que nos rodea, a la vista que tenemos desde donde estamos ubicados. Todas las experiencias, incluidas nuestras elecciones más superficiales o profundas, determinan el curso de nuestro pensamiento. Por eso, es que pensamos lo que podemos y no lo que queremos. Nuestra forma de pensar depende de la amplitud de horizonte que tengamos. La diferencia con el troglodita perverso es que, él piensa lo que puede, y lo que no entiende, lo destruye, lo desvaloriza, lo minimiza, lo ningunea, lo prohíbe.
El troglodita maligno es, esencialmente, rudimentario, necio, unidireccional, inflexible, cruel e intolerante. Vivir en Troglolandia es una condena a transitar toda la vida por un único pensamiento y destruir todo aquello que se sale de él. Troglolandia tiene forma de embudo y allí, la intolerancia es la moneda corriente. Las diferencias entre sus habitantes son mínimas ya que “los distintos” son rápidamente eliminados.
¡Qué lástima que una palabra sonoramente tan bella, se use para nombrar a seres tan rudimentarios, inflexibles y destructivos!
19 de octubre de 2011 – Diario de Maria Pena, y como decía el filósofo contemporáneo Mario Pergolini “Tengan cuidado, que hay mucho garca dando vuelta” y mucho troglodita mala leche también…
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