domingo, 21 de agosto de 2011

Y vos, Maria, ¿para cuándo?

El viernes se casó mi prima por civil, y este episodio se convirtió en un empujón más que me dio la vida hacia el abismo. Ya no tengo consuelo, ni bálsamo que logre aplacar mi desesperación y mi vacio.  Dentro del núcleo familiar se solían levantar apuestas sobre quién de las dos quedaría solterona. Y, adivinen quién se ha quedado con el primer con el primer lugar en todas las apuestas. Sí, yo, María, la eterna “unipersonal”.
Celeste, mi prima, siempre fue considerada como el eslabón perdido entre el ornitorrinco y el ser humano. Piernas extremadamente cortas y regordetas, pelo símil virulana, nariz tipo morcilla inflamada, ojeras grisáceas con algunas tonalidades en verde, cuello ausente, voz taladrante y abdomen muy prominente.
De chicas éramos inseparables. Siempre decíamos que éramos hermanas. Parecíamos dos gotas de agua, a excepción de que en la adolescencia, a ella le crecieron dos cabezas de enano junto a su pecho y a mí, sólo dos lastimosas pasitas de uva. Le decían “Celestetota”. Su apodo, obviamente, hacía referencia a esos envidiables atributos delanteros que siempre lució sin ningún tipo de prejuicio.
Ayer, sábado, mi prima se casó por iglesia. Ayer, sábado, Celeste tuvo su soñada fiesta de bodas. Ayer, sábado, Celestota me abandonó. Ayer, sábado, la muy hija de puta me dejó sola con un cartel en la frente que dice “ÚNICA MUJER DE MÁS DE 30 AÑOS SOLTERA DE TODA LA FAMILIA”. Ayer, sábado, se batió el record mundial de personas que vinieron a romperme las pelotas preguntándome de forma desubicada, insistente y taladrante: “Y vos, María, ¿para cuándo?”
De todas mis respuestas, rescato la que le hice a mi mamá a la salida de la iglesia, mientras los novios saludaban después de la boda. Mi madre, siempre tan oportuna, aprovechó el momento en el que un par lágrimas de emoción caían de mis ojos,  y me preguntó:
-          ¿Cuándo llegará el día en que te vistas de largo, hija mía, y sea tu boda a la que estemos invitados?
-          Nunca, mamá, nunca. – le respondí mientras me sonaba la nariz y me limpiaba cuidadosamente las lágrimas para no correr el maquillaje.
-          ¿Cómo hija que nunca? No hay que perder las esperanzas. Algún día, el amor golpeará a tu puerta…
-          Sí, ya sé. Las esperanzas de encontrar al amor de mi vida, aun las conservo, mamá – la interrumpí – No es eso. Es que, con lo gorda que me estoy poniendo, de “largo” jamás me casaré, en todo caso, será de “ancho”…


21 de agosto de 2011 – Diario de Maria Pena, y vos, ¿para cuándo?

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