Recuerdo, con cierta nostalgia, aquellas noches en las que compartía mi cama con un ser del sexo masculino, al que mis allegados reconocían como mi “novio”, rebautizado actualmente como mi “ex”. Me acuerdo de aquellos momentos del día en que nos recostábamos entre las sábanas, prontos a disfrutar de un merecido descanso, después de una ardua jornada laboral para distraernos un poco con el televisor. Eran esos momentos de calma profunda, que hasta incomodaba. Esa tensa calma que antecede a la tormenta. Para nada relajante. Había una última lucha que ganar. La del dominio del televisor. Los combates verbales y cuerpo a cuerpo por el control remoto eran, literalmente, cuestión de estado. Sí. Del estado de ánimo del que perdía…
Recuerdo una noche, sentada en la cama y después de haber perdido la disputa por la tenencia del bendito aparato a pilas, miré a mi ex completamente desentendida de lo que había ocurrido, negando rotundamente a través de la simulación todo tipo de vestigio de bronca y resentimiento, y mientras él, orgulloso de su victoria pasaba los canales, le pregunté: "¿Qué hay de lindo en la tele, mi amor?"
Su pulgar dejó de pulsar los botones automáticamente. Hizo una pausa y, desde su pragmática y rudimentaria forma de ver el mundo femenino, me respondió: "Nada interesante, mi vida. Sólo una gruesa y desagradable capa de polvo".
Y era verdad. Hacía meses que nadie pasaba una franela por el aparato. Pero eso no me quitaba el sueño. Éramos dos seres iguales conviviendo bajo el mismo techo, y yo no veía porqué ésa debía ser una obligación ajustada a la naturaleza de mi género. Su machismo era recalcitrante.
Sin demasiado gesticulo, me levanté de la cama, fui directo al televisor y le dibujé una carita sonriente en el polvo de la pantalla. Esas que se usan como íconos de “SOY FELIZ” hoy en día. Me quedó hermosa. Grande y bien redondita. La capa era tan gruesa que el dibujo se notaba de lejos. Volví caminando lento, e intentando imitar la amplia curvatura de la sonrisa plasmada sobre las partículas de polvo del televisor, le dije: “Ahora tenés algo lindo para mirar”.
3 de febrero de 2012 – Diario de Maria Pena. A la mañana siguiente, cuando me levanté, la carita ya no estaba. La pantalla había sido limpiada. La batalla final había sido ganada.
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