La autocrítica es una práctica sana, que consiste en ser consciente de los propios errores o defectos, asumirlos y proponerse corregirlos o atenuarlos en la medida de lo posible.
Se trata de una autoevaluación, gracias a la cual aprendemos y vamos ajustando nuestro comportamiento y mejorando aquello que es susceptible de mejora. Está ligada a la superación personal.
La autocrítica es una cualidad necesaria para relacionarnos con los demás.
Sin embargo, un nivel bajo o nulo de autocrítica perjudica nuestras relaciones con otros. Nos convierte en personas “ciegas” ante nuestras propias carencias, desaprovechando de este modo nuestro potencial para aprender y mejorar ciertos aspectos de nuestra vida. Prescindir de la autocrítica es una precaria e inmadura opción que trata de preservar la autoestima. No obstante, una baja capacidad de autocrítica no significa que se posea una alta autoestima. La autoestima puede ser baja y continuar así, aunque uno evite tomar conciencia de sus errores o defectos para subsanarlos.
Por otro lado, una excesiva autocrítica sí se corresponde con una baja autoestima en muchos casos. La razón es que la persona tiende a responsabilizarse de todo lo que tiene la oportunidad y a culparse por su mal funcionamiento.
La opción más saludable es compatibilizar la autocrítica con una autoestima fuerte y, para esto, es necesaria la moderación.
La autocrítica es un signo de madurez, que facilita el aprendizaje continuo y las relaciones con los demás. En exceso, como tantas otras cualidades, no es positiva; carecer de ella, tampoco lo es. Todo está en encontrar la óptima medida.
15 de diciembre de 2011 – Diario de Maria Pena, militante activa en la campaña para salvar a la autocrítica en el mundo. Otra cualidad del ser humano que, lamentablemente, se encuentra en peligro de extinción.
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