"Mi reino por un caballo".Con esta frase se resume el final de la vida del rey inglés Ricardo III.
Ansioso, nervioso, enfurecido y soberbio, Ricardo mandó a un sirviente a comprobar si su caballo favorito estaba listo para la batalla. El sirviente, asustado, presionó al herrero de tal forma, que éste no hizo bien su trabajo. Entregó al caballo sin un clavo en el herraje de una de las patas traseras. Lo urgente de la situación hizo que el hombre se deshiciera del problema rápidamente.
Ya en lo más duro la batalla, el rey observó que sus soldados retrocedían y se lanzó a cruzar el campo de batalla para infundir valor a su ejército. Su caballo tropezó y lo hizo caer a tierra. Había perdido la herradura mal puesta. Asustado, el equino se alejó, dejando a Ricardo solo en medio del ejército enemigo. Fue entonces que el rey, empuñando su espada, gritó: “¡Un caballo! ¡Mi reino por un caballo!”
Pero no había caballo alguno para él. Ya era tarde. Murió reclamando algo tan simple como un caballo a cambio de su mayor y más valiosa posesión: su reino.
Moraleja: Por un clavo se perdió un reino.
El paralelismo es nefasto.
“Mi reino por dormir cucharita”. Con esta frase se resume el final de un día de Maria I.
La noche del 15 de mayo de 2011, esta mujer se preparaba para una de las veladas más importantes de los últimos 12 meses de su vida, ya que hacía casi un año que nadie la pretendía.
Compulsiva, necesitada, extremista y ciclotímica, Maria Pena le dijo a un muchacho que apenas conocía “Creo que te amo”. Era la segunda vez que lo veía. El gurrumino, sintiéndose presionado, no hizo bien su trabajo. Lo urgente de la situación hizo que el cobarde buscara una excusa y se deshiciera del problema huyendo rápidamente.
Ya en lo más duro de la noche, Maria observó que su macho se fugaba y se lanzó a cruzar el living de su casa tirándose de rodillas a sus pies suplicándole que se quede y prometiendo que no volvería a abrir subocota.
Su varón tropezó pero eso no le impidió desaparecer despavorido. Aterrorizado, el semental se alejó, dejando a María sola en medio del enemigo, ella misma. Fue entonces que, empuñando lo poco de dignidad que le quedaba, gritó: “¡Cucharita! ¡Mi reino por dormir cucharita!”
Pero no había cucharita para ella. Ya era tarde. Se quedó sola reclamando algo tan simple como dormir acurrucada con alguien a cambio de su ya pisoteada dignidad.
Moraleja: Por un “te amo” apresurado se perdió un macho.
16 de mayo de 2011 – Diario de Maria Pena I, reina de tenedores y cuchillos, nunca una cucharita…
Dedicado de L.I.V., mi pinche tirano, que me contó el historia de Ricardo III.
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