Es inevitable para mí mostrarme desde adentro. Mi esencia me permite dejar al descubierto mi interior y que fluya…
¡Nunca mejor usada una frase para comenzar un relato! Esa imagen de mi interior brotando cual manantial caudaloso…
Tarde fresca de verano. Como no teníamos un peso, el destino elegido para nuestras vacaciones fue el Delta del Tigre en carpa. Picaduras de todo tipo de insectos. Barro desagradable entre los dedos de los pies. Olor a podrido en la ropa, en el cuerpo y en el pelo. Insomnio causado por la combinación de incomodidad, calor, humedad, ruidos y música. Sarpullido y picazón. El panorama no era muy alentador…
Primeras y únicas vacaciones con el que fue mi tercer ex novio.
Segundo mes juntos.
Tercera noche sin dormir bien.
Cuarto día en el delta sin poder relajar los intestinos (una forma delicada de decir que ni en pedo iba a poder cagar en esos vestuarios mugrientos)
Aburrimiento al por mayor. Abundaba la tranquilidad. De tanta pasividad ya me había empezado a estresar. Sin nada para hacer, me fui a la carpa para intentar dormir una siesta. Quería aprovechar esa brisa fresca que soplaba por primera vez desde que habíamos armado campamento. Después de un rato en aquel habitáculo de tela sintética logré relajarme. Estaba muerta. Lo máximo que había logrado dormir eran 3 horas seguidas la noche anterior. El cansancio me venció. Me dormí profundamente. Logré aflojarme. Tan, pero tan relajada estaba que sólo logré despertarme a causa de un ruido ensordecedor que ocurrió a centímetros de donde me encontraba. Fue un terrible pedo metralleta que me gatilló el orto. Una bulliciosa flatulencia. Una vivaz ventosidad. Un escandaloso viento salido del ano. Una ametralladora con fragancia a culo. ¡Era lógico! Cuatro días comiendo comida chatarra y sin poder destapar las cañerías. ¡El descorche fue estridente! Lo primero que pensé fue “¡Ojalá que no lo haya escuchado nadie!” Rogué que todos los acampantes estuvieran lejos del lugar donde se había producido la fuga de gas…
El olor era insoportable. Nauseabundo. Me levanté sobresaltada y con la necesidad imperiosa de tomar una bocanada de aire puro que me permitiera respirar. El oxígeno escaseaba. Sólo se inhalaba hediondez. Al abalanzarme hacia la entrada de la carpa vi el cuerpo de mi ex recostado en la otra punta del iglú mirándome pasmado. Ahí recién caí que no había estado sola al momento de la detonación intestinal. Él parecía inmóvil. Como si el tufo y el ruido lo hubieran dejado perplejo y casi sordo después de la explosión.
Situación irremontable a la que me enfrentaba. No había a quien echarle la culpa, no había forma de intentar disipar el olor, ya nada podía hacerse…
Ni siquiera el mejor par de tapones para oídos, ni la más sofisticada mascarilla antigas hubieran servido. El daño ya estaba hecho…
Esa misma tarde decidimos volver a casa. En la lancha colectivo de regreso, él ya había decidido dejarme… Había resuelto no exponerse a nuevos peligros. Soldado que huye, sirve para otra batalla. Se consideraba un sobreviviente…
27 de abril de 2011 – Diario de Maria Pena, mujer de ciudad fanática del Activia.
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