No existe en el mundo, situación más embarazosa que cuando un hombre y una mujer están en su primera o segunda cita y se acerca el eternamente INOPORTUNO vendedor de flores.
Se aproxima lento pero seguro, con paso firme y decidido a cumplir con su misión. Luce siempre una intimidatoria e inescrupulosa sonrisita aparentemente inocente. El maldito mercader se siente un paladín de la justicia; pero en realidad, es un villano que se esconde detrás de un par de claveles, cuyo único propósito es desenmascarar las carnales intenciones de ese hombre que te acompaña.
Y ahí está. La prueba de fuego. Me imagino yéndome del boliche victoriosa, con el ramo en la mano, embriagada por esa sensación de triunfo sólo comparable con conseguir el ramo de la novia o el anillo de la torta en un casamiento. Una señal del destino. Pero el villano de la fotosíntesis me enfrenta una vez más, a ese hombre que finge no verlo y disimula un ataque de tos o una repentina necesidad de ir al baño.
¡Jamás! Jamás me han dado siquiera un ramillete de globos para repartirlos en un hogar de niños huérfanos, menos un ramo de flores en un encuentro amoroso.
23 de abril de 2011 – Diario de Maria Pena, mujer que sólo sostuvo flores entre sus manos con tarjetas que decían “QEPD” en velorios varios.
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